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Sobre una gran caja amarilla, plagada de símbolos bíblicos que no consigo descifrar, bajo un logo enorme en el cual sólo reconozco a Jesucristo (sobre él, encerrados en un triángulo, dos peces dibujados en direcciones opuestas: ¿la multiplicación de los panes y los peces?), se halla inscripta, en letras cuyas curvaturas remiten al abecedario hebreo, con colores variables y al parecer arbitrarios (marrón, luego naranja, luego verde, rojo y fucsia), la historia de los alfajores El Nazareno, Fábrica Familiar –se dice, en la misma caja, mayúsculas incluidas— de Alfajores y Especialidades.
«En 1982 llegan a Traslasierra Leonardo José Grisoni y María Estela Gurriere con sus cinco hijos. Para sobrevivir , [han impreso un espacio de más] esta familia se inició aprovechando el conocimiento que les habían transmitido de generación en generación.
Al principio , [otra vez] sólo trabajaban el matrimonio y sus hijos fabricando algunas especialidades. (…) Había que tener mucha fe y determinación para poder seguir adelante con una familia tan numerosa. (…)
Por eso, el hombre recurrió a su fuente de voluntad , y en ella se inspiró para nombrar al fruto de sus actos: Jesús de Nazaret , El Nazareno [en letras más grandes] , y como toda su familia se sacrificó y trabajó junto a él en esta aventura, también lo llamó Fábrica Familiar. (…)»
Lo que sigue está en inglés: «After many years of dedication and a constant service for excellence, El Nazareno has developed a strong and unique…», etcétera.
Del otro lado, todavía una columna de escudos ininteligibles atraviesa la caja amarilla. Textos en diferentes formatos, tipografías e idiomas aparecen también en el reverso de la caja. Pero lo que me llama la atención, antes que los emblemas de premios y certificaciones de calidad que ostenta la marca, es una pintura muy realista de Jesucristo Consternado, en blanco y negro, rodeado de su sempiterna aureola, cabello con raya al medio, la cabeza inclinada, suplicante, y las manos cruzadas. Bajo el cuadro, reza un epígrafe: «Ego sum panis vitae», y aunque está en latín, y apenas si conozco los fundamentos del idioma, sí alcanzo, esta vez, a comprender el significado: algo así como «Yo soy el pan y la vida».
Como ahora la impaciencia me domina –quiero comer alfajores, ir a los bifes–, ignoro todo lo demás para concentrarme en la flechita que indica el lugar de abertura de la caja. Antes de destrozarla, advierto otra vez el logo con Jesús y los peces, y otra frase en latín: «Redibo Ubi Venerit Aquarius». Pero, como decía, la impaciencia me domina, y ya no me detengo a esbozar una traducción.
Digamos ante todo que conseguirlos fue prácticamente una odisea, y que de no haber sido por mi querida tía y su amiga (Marcela Escudero es su nombre, le mando un abrazo) jamás podría haberlos probado. Porque los alfajores El Nazareno sólo se adquieren en Traslasierra: el único local oficial está instalado allí, y quien quiera conseguirlos en otra parte debe apelar a revendedores usureros. Son todo un mito. Por lo demás, hay en esta caja cuatro gustos distintos: «hojaldre y chocolate», «chocolate y dulce de leche», «leche» y «hojaldre».
Lo de los alfajores El Nazareno es muy extraño: pesan muy poco, apenas 40 gramos, y sin embargo son alfajores altísimos, descomunalmente altos. Una especie de milagro culinario. Pero además sus envoltorios metalizados parecen contener mucho aire, generando el efecto 70-30 de las Papas Lays, como señala esta infografía casera.
No hay un solo alfajor Nazareno que no resulte original: todos tienen un aspecto y/o un sabor un poco extraordinario, raro, y en mayor o menor medida admirable. En cuanto a Dios, no sabría decir exactamente de qué manera se manifiesta, pero sin dudas que hay algo extraño, tal vez divino, en todos estos alfajores.
El alfajor de chocolate y dulce de leche, el clásico, que fue el que más me gustó, es prácticamente un bizcochuelo rico. Su galleta no se parece a un bizcochuelo, como en el caso del Capitán del Espacio o del Milka: es bizcochuelo, directamente, con su esponjosidad, su humedad, etc.
La cobertura es cremosa, también como la cobertura de ciertas tortas: chocolate cremoso, como cuando derretís un par de barras de chocolate a baño maría y le agregás leche. Es muy rica, además, y bastante amarga, aunque no alcanza el nivel de un buen chocolate (lo que se dice buen chocolate) como el del Cachafaz o el Havanna. Pero combina muy bien con el resto del alfajor.
Y, en estas circunstancias, es decir, con una masa de bizcochuelo y una cobertura cremosa, el dulce de leche termina siendo lo más consistente, lo más sólido de todos los alfajores El Nazareno, lo que produce otra vez esa sensación de extrañeza divina. El dulce de leche también es bárbaro: cremoso, pero no líquido, de sabor intenso, aunque no exageradamente dulce, bien artesanal y, en fin, muy correcto. Todo lo cual contribuye a hacer de este alfajor un espécimen brillante.
La otra variedad de los alfajores El Nazareno que me gustó mucho fue el de hojaldre. Sabemos que los alfajores de hojaldre son típicos de Santa Fe, pero bueno, éste es cordobés. ¿Pero por qué me gustó tanto? Más que nada, porque sus capas de hojaldre no eran, como usualmente lo son, una cosa tremendamente fastidiosa, llena de aire, máquina de migas y estrépito. No, todo lo contrario: hojaldre compacto, húmedo, amable.
Si le sumamos a eso el mismo dulce de leche del alfajor anterior y una capa de chocolate mucho más delgada, «al cuerpo», pero de gusto similar, obtendremos otro alfajor brillante. Bien por Leonardo José Grisoni y María Estela Gurriere con sus cinco hijos y su devoción cristiana.
Los otros dos alfajores sí que no valen tanto la pena, aunque no dejan de ser ricos e interesantes. Uno tiene hojaldre, también, coco y dulce de leche.
En este caso el hojaldre es de ésos, lamentablemente. No sé por qué cambia tanto la consistencia de un alfajor a otro. Mucho más alto, más aireado y con mucha presencia de manteca (aunque de esto no puedo quejarme, ¿no?). Me recordó, en su sabor, a la cremona.
Decía, entonces, que termina acaparando toda la atención la masa: el dulce de leche es demasiado escaso para contrarrestarla. En cuanto al coco, le sienta bien, pero su rol es muy insignificante, a fin de cuentas. No está mal, pero ni cerca del nivel de los otros dos alfajores.
Y éste último ya es medio una chantada. No es mucho más que un budín redondo y con dulce de leche. Rico, sí, pero… Lo llaman alfajor de leche por la cobertura, que es como un finísimo glaseado con mucho aroma a naranja (el típico olor a naranja de los budines). La masa es muy rica, esponjosa, húmeda; sólo que de alfajor no tiene mucho más que la redondez.