El alfajor Vauquita es un bicho raro, medio inclasificable. En la teoría, se trata de un alfajor doble; si bien es un poco más caro que el Jorgito, su precio se acerca más a esta clase de alfajores que a los triples del estilo del Shot o del Pepitos. En cambio, su grosor, su peso (80 gramos) y sus calorías (casi 300) lo ubican claramente en el estamento de los triples.
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Sinceridad: al darle el primer bocado no logré reprimir una de esas expresiones orgásmicas de propaganda: cámara lenta, música de Alejandro Sanz. Y es que es una experiencia inmediatamente placentera. La razón no es ningún misterio: mucho dulce de leche. Los otros dos componentes hacen juego, están desarrollados en función de esa notable cualidad. Ceden fácilmente, no se quiebran. Y amén de su profusión, el dulce de leche es riquísimo.
Podríamos jugárnosla de críticos severos y comentar que el baño de repostería es lisa y llanamente malo y escaso (aunque probablemente mi ejemplar haya sufrido unos cuantos embates y no se encuentre en las mejores condiciones, como puede advertirse en las imágenes). Es rescatable el intento de resultar amargo, pero si no viene acompañado de una textura decente, no sirve de mucho (no descartaría que haya éste uno de los motivos por los que quedó adherido en buena parte al paquete). Por otro lado, el ligero sabor de la masa, en este caso, es muy conveniente, porque su mayor objetivo es evitar que el dulce de leche resulte excesivo, y lo logra, porque tiene una buena consistencia y un grosor discreto. No tengo mucho más que agregar a este respecto. Claramente son actores de reparto.
Billetera mata galán y un buen bolo de dulce de leche cremoso invadiendo nuestra boca mata un rico baño de repostería o una galletita de buena calidad. Saquémonos las caretas, viejo. El Vauquita, por mucho que pese, es una de las mejores opciones del kiosco. Con un buen vaso de leche o un café bien amargo, para combatir el empalagamiento, al Vauquita no hay con qué darle.
¿Competencia desleal? Puede ser. A llorar al campito.