Ante las modas uno puede someterse servilmente, no someterse en absoluto, o someterse a medias, como en un coqueteo.

Guolis opta por la tercera posición: adopta una moda –la del pistacho–, que por otra parte le resulta muy natural (los más jóvenes quizás no sepan que Guolis fue el inventor del alfajor con corazón de fruta y aro de dulce de leche que hoy es moneda corriente), mientras rechaza otra: la de los alfajores obscenamente gigantescos.

Petisos y turgentes –retomando o mejorando la proporción áurea de los Jorgitos mini–; los alfajores que hoy lanza no son hijos de la ansiedad sino de la reflexión. La suavidad ambigua de la pasta de pistacho, la crocancia del kadaif, el destello fugaz de la mermelada, y el amargor fundamental -como un cable a tierra- de la masa de cacao le dan una impronta clásica, aunque suene paradójico. Alfajores que, cuando la burbuja explote y la marea verde pase, seguirán ahí, firmes, dignos, necesarios.
⭐ 9/10
