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El nuevo alfajor Havanna

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Escuché muchas cosas sobre este alfajor antes de probarlo. Leí opiniones, hice entrevistas, acumulé testimonios a favor, en contra, indecisos. Este último grupo era especialmente numeroso para tratarse de una materia tan «simple».

Por ejemplo, nadie me pudo explicar taxativamente dónde estaba la famosa sal. ¿En forma de cristales, como se acostumbra, sobre la cobertura? ¿Mezclada con el chocolate? ¿Dónde, dónde? La falta de respuestas era sintomática de lo que produce este alfajor: desconcierto. Un bombardeo implacable de sabores fuertes, que no te da ni siquiera el respiro anticlimático que, tradicionalmente, suele dar la galleta, neutra, casi insípida.

Acá no: la galleta es salada, saladísima como una kesbún, abominable si la sacamos de su contexto. Pero el punto es este: la galleta sólo puede ser concebida en su contexto. De hecho, es el contexto, crea el contexto. Y en este escenario nuevo, todo luce diferente.

El de Havanna es un alfajor que habla sobre los alfajores; los problematiza. Sirviéndose de la galleta, crea un contexto nuevo donde las cosas aparentan ser distintas, y lo hace de una manera especialmente radical. La acción de la galleta transforma al dulce de leche en caramelo salado (salted caramel para los cosmopolitas); y hace que esa rara pasta, en principio láctea, interprete el rol de la crema de maní. La sal, entonces, está en la galleta, pero se percibe de otra forma, en otro lado. ¿Y no es en esa magia para crear ilusiones donde radica, en definitiva, el secreto de todo alfajor?

Es un alfajor que habla sobre los alfajores, también, por otro motivo. Havanna, intérprete de la época, refunde todas las modas: toma la sal marina del gourmetismo reinante; toma el relleno dual, con «corazón», del hijo rebelde, Guolis; toma sus 90 gramos de la paradójica tendencia artesanal al maximalismo (el Jorgelín o el Fantoche triple son un snack a su lado). Toma el juego cromático y la evocación leche/maní, quizás, de los últimos ganadores del Mundial, Quiero Alfajores.

Este alfajor no es un homenaje a Mar del Plata: es un homenaje a los alfajores marplatenses. Y un homenaje, a diferencia de lo que el envoltorio podría sugerir, incómodo hasta lo indigerible, y para nada nostálgico. Así Havanna combate contra su propia museificación, contra su propio agotamiento. No sé si desde la cresta de la ola o tirando manotazos de ahogado.

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