Caminaba por Almagro ejercitando ya inconscientemente el consabido hábito de curiosear de soslayo la oferta de alfajores de los kioscos cuando creí distinguir un envoltorio desconocido (así suceden estas cosas). Pero no estaba seguro y la posición del alfajor, si quería confirmar mi sospecha, me obligaba a entrar en el kiosco, con el compromiso que eso significa. No tenía ni tiempo ni plata, así que seguí mi camino. El destino, sin embargo, terco como es, me antepuso nuevamente la imagen del alfajor extraño; y esta vez, corroborando o creyendo corroborar mi apreciación, entré al kiosco dispuesto a llevármelo. Efectivamente, se trataba de un alfajor nuevo: el Sin Culpa. De manera que cargué mi SUBE y forzando al máximo las posibilidades económicas del momento le pedí a la kiosquera “uno de estos alfajores”, a lo cual respondió exclamando: “¡ah, esos son buenísimos!”.
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Si uno se pone a pensar, es bastante curioso que un alfajor se llame Sin Culpa. ¿Sin culpa debemos comerlo o el propio alfajor nos exime de ella? ¿Acaso viene acompañado de un curita confesor en miniatura? Y eso por no referirnos al todavía más curioso hecho de que a esta sociedad comerse un alfajor le dé culpa. En todo caso, a la luz del marketing es un nombre más bien trivial, moderno y sin mucha identidad.
El Sin Culpa es un alfajor rosarino que recién ahora está empezando a comercializarse en los kioscos de Buenos Aires, según informan en su página de Facebook. Se trata de un alfajor doble, está bañado de repostería, pesa 80 gramos y aporta 311 calorías. Todas estas características lo ubican dentro del rango del Vauquita y La Recoleta: alfajores extraordinariamente grandes para ser dobles, poco cuidados, probablemente con mucho dulce de leche. Algo de esto se cumple en el Sin Culpa, aunque también tiene algunas diferencias.
En líneas generales es un alfajor decente. Huele a repostería y a galletita, pero es un aroma bastante singular, muy denso, naturalmente agradable pero sobre todo inusual. Su consistencia es aceptable: la cobertura es relativamente crujiente y el dulce de leche tiene una cantidad adecuada y una textura interesante. Los sabores de estos dos componentes muestran asimismo algunas virtudes. El baño de repostería es demasiado hermético y tal vez escaso, pero después de todo sabe a chocolate y su amargor es digno. El dulce de leche, oscuro como ha de ser, es bastante intenso; su textura espesa y hasta pegajosa le sienta muy bien.
Pero si hay algo que caracteriza a este alfajor, es el sabor de la galletita, tan singular para el mercado bonaerense. Creo que todos entienden a qué me refiero cuando hablo del gusto del alfajor santafesino, aunque debo admitir que todavía lo confundo con el cordobés (suplico vuestro perdón). Ese gusto, que entiendo que está dado sobre todo por sus tapas, está presente en el Sin Culpa. No serviría de mucho ponerme a describirlo; el que lo haya probado sabrá a qué me refiero. Es cierto, sin embargo, que, tal vez porque nací en Buenos Aires y me acostumbré a sus golosinas, soy más partidario de la galletita discreta. La de este alfajor es mucho más protagonista, no sólo porque su gusto resulta más llamativo sino porque ocupa un porcentaje mayor en lo que refiere a cantidad. Y como además es demasiado seca, perjudica al alfajor.
Termina ocurriendo que la experiencia global queda determinada por el sabor dulzón de la galletita, que arrastra consigo todo lo demás. El chocolate de la cobertura se disuelve en esa marea grotesca y el propio dulce de leche es relegado injustamente.
En definitiva es un alfajor pasable, con una galletita peculiar para el mercado porteño, pero que fácilmente puede pasar inadvertido.
Dato curioso: en el paquete dice contener esencia de naranja, cosa que no noté en lo más mínimo, francamente. Y agrega que puede tener maní. Puede. Si tenés mucha suerte.