Había escuchado grandes cosas de la colección de alfajores Águila. No dudaba de su buena calidad, pero tampoco guardaba un recuerdo demasiado particular de ellos, señal de que tan buena impresión no me habían causado. Y en realidad hubiera priorizado otras marcas de no ser porque Tony, amigo de Twitter, me los recomendó enfáticamente.
La primera cuestión que gira en torno de este alfajor es su legitimidad como, precisamente, alfajor. Curiosamente, los propios fabricantes procuran evitar La Palabra; en vez de eso, en el envoltorio figura la ¿eufemística? denominación de “minitorta clásica”. Marketing, pareciera. Y sin embargo, la discusión respecto de si verdaderamente el Águila es un alfajor tiene sentido. Es que algo le falta.
Esta golosina (llamémosla así, por ahora) me dejó bastante confundido. Sin dudas es rica y está bien hecha. Pero algo de la experiencia alfajorera está ausente. Efectivamente, el Águila se asemeja más a un bizcochuelo: sus tapas son esponjosas; la cobertura, de un chocolate con leche genuino y muy rico, es blanda y para nada amarga; la cantidad de relleno es más bien discreta.
En esta versión, la clásica, el Águila tiene dos rellenos distintos: una capa de dulce de leche y otra de “mousse de vainilla”. Apruebo la innovación, no pretendo jugarla de reaccionario. Además, el mousse de vainilla tiene verdadera consistencia de mousse (no es duro como suele serlo el de chocolate) y un gusto, aunque no muy profundo, definitivamente agradable. Es útil para cortar el empalagamiento y combina bien con el resto de los sabores. El dulce de leche también está muy bueno, aunque el grosor de la capa es mucho menor comparado con la mayoría de los alfajores triples y es, tal vez, demasiado rígido.
Fíjense, entonces, que ciertas innegociables características de un alfajor hecho y derecho en el Águila no están: el amargor, presente apenas en el verdadero bizcochuelo —muy sabroso, por lo demás— que constituyen las tres tapas; la intensidad y, llegado el caso, el empalagamiento; y el contraste de texturas, preferentemente entre la cobertura y el dulce de leche. Cierta vitalidad, cierta fuerza, que yo encuentro en mis alfajores preferidos, aquí se ausenta.
Estoy bastante seguro de que es intencional. Lo de “minitorta” tal vez sea algo más que un capricho marketinero. Porque es innegable que el Águila es una gran golosina, completamente equilibrada desde lo técnico. Pero al que está buscando un señor alfajor, esta sutileza podría decepcionarlo.