Havanna en su exorbitante trayectoria nos regala (a cambio de $2800 c/u) un nuevo tema de conversación.
1. Preguntas. ¿Por qué en la escala de ajíes hay quince niveles, cuando estos alfajores sólo abarcan dos? ¿Se espera completar la colección? ¿Un plan quinquenal de alfajores picantes? ¿O simplemente se le quiere sugerir al consumidor argentino que «pican pero no pican de verdad»?

2. Scouting. A esta altura es claro que los reclutadores de Havanna se la pasan merodeando las inferiores de los alfajores del ascenso en busca de «inspiraciones» que le garanticen ese golpe de efecto tan ansiado. Robar una idea, desarrollarla mejor, vencer. Nada que reprochar. Nada que Mark Zuckerberg no haga. Sólo que en este caso falla el anteúltimo step.
3. Rumbo. Si al del mar se le buscaba el concepto, la justificación, este alfajor aparece totalmente desconectado de cualquier imaginario.

4. Más inversión en diseñadores gráficos que en ingenieros de alimentos. La exuberante paleta de colores de este dúo dinámico no encubre sino falta de creatividad, repetición (y acumulación) de viejos trucos y hasta cierta pusilanimidad: porque –demasiado temerosos de un paladar argentino al que suponen afecto a las novedades siempre y cuando no sean demasiado novedosas–, Havanna sepulta el picante bajo una montaña de azúcar (la versión 3/15 lleva chocolate con leche; ¿un caso de mala praxis?), resultando un par torpe de alfajores inasimilables, ruidosos.
5. Olvidabilidad. No puedo imaginarme deseando este alfajor genuinamente, concluido el fomo veraniego, en un año o diez. Pero las grandes creaciones de Havanna, digamos el blanco de nuez o el 70% cacao, trascienden las calenturas pasajeras.

Conclusión: Otro hijo de la ansiedad de Havanna, que –presa de un raro frenesí combinatorio– enfrenta el riesgo de convertirse en una caricatura de sí misma. Pero les dejo un slogan alternativo, para que mediten: lo bueno lleva tiempo.
Si te gusta comer y leer sobre alfajores, este libro es para vos.