Categorías
Reseñas

Jóvenes y viejos

Los dos alfajores de mousse más vendidos del mercado esconden una historia llena de intrigas y conspiraciones.

Valorar este artículo

Robos, engaños, conspiraciones. Algo de eso hay en la historia más intrigante del circuito de los alfajores porteños.

En 2013 volvió el Suchard de mousse y, para toda una generación, o más de una, la expectativa fue enorme. En efecto, este alfajor, uno de los primeros en incluir tan singular relleno, marcó a fuego los paladares de los jóvenes de entonces. La golosina había hecho su aparición en 1984 de la mano de Kraft Food (ahora Mondelez) y había sido discontinuada en 2001. Combinaba una cobertura de chocolate semi-amargo con una galletita crocante y “una suave crema de chocolate”.

Eran características que hoy comparten, con algunas diferencias, todos o casi todos los alfajores de mousse del mercado (Milka, Cachafaz, Jorgito mini, Smack, Cofler). Pero, como decíamos, la crisis le llegó incluso a este producto y a principios de la década dejó de fabricarse.

Entretanto, una nueva empresa de alfajores ganaba terreno y ofrecía al público productos que al primer contacto disipaban las sospechas que generaba su packaging llamativamente similar al de Havanna. Se trataba de Cachafaz, por supuesto, que en 2005 lanzó su alfajor negro de dulce de leche (el preferido de este blog) y seis años después, y con un prestigio ya casi generalizado entre los consumidores, un alfajor de mousse.

Pero no era un producto más, ni siquiera a primera vista. Emulaba sin tapujos el diseño del Suchard de mousse original, dos años antes de su reaparición. Lord Khyron cuenta que los dueños del Cachafaz, figuras ellas mismas muy misteriosas, registraron el envoltorio un día después de que venciera el del Suchard. Eso explicaría todo.

El parecido es indiscutible: comparten no sólo el estilo Bandera-del-Sol-Naciente (muy de moda en los ’80) sino también la disposición vertical de los elementos y el tipo de papel. De hecho, actualmente es el único packaging así del mercado: papel metalizado, del estilo de Havanna, pero herméticamente sellado. Maravilloso, si me preguntan.

¿Pero en qué punto se agotan las similitudes entre el Cachafaz contemporáneo y el viejo Suchard? Según parece, también en la receta se asimilan mucho. Quienes probaron el Suchard de los ochenta no tardaron en manifestar su decepción ante la reversión de este siglo. Ya su packaging, complemente corriente desde lo técnico, a excepción de las terminaciones en triangulitos, anuncia que la del nuevo milenio es una golosina más barata y más vulgar. Pero lo más importante es que el Suchard actual está cubierto de baño de repostería. ¿El antiguo alfajor de mousse contaba, en cambio, con chocolate genuino? Acudimos nuevamente a Lord Khyon: «Según cuentan los sabios del concilio alfajómano de la época, sí. Y por eso era tan rico».

La supuesta excelencia de su antepasado parece haber sido dejada de lado por el Suchard y retomada por el Cachafaz, aunque suene paradójico. Lo cierto es que este aspecto de las cosas es de difícil comprobación; el paso del tiempo a menudo afecta a los paladares, que olvidan e idealizan. Sí podemos afirmar, por lo menos, que el Cachafaz usa cobertura de chocolate real.

Esta apasionante historia nos obliga a compararlos. Pero lo cierto es que el Cachafaz tiene un precio considerablemente más elevado y, como es lógico, una calidad mucho mayor. De manera que desde un principio sabíamos, o sospechábamos, que la diferencia iba a ser muy notoria. ¿Hasta qué punto, sin embargo? Veamos.

El Suchard huele a mousse y a galletita. Un buen aroma, aunque tampoco demasiado llamativo. Su tamaño es interesante, más allá de su peso, que es idéntico al del Cachafaz (50 gramos. El primero aporta 263 calorías y el segundo, 251). En líneas generales, es un muy buen alfajor. Su cobertura, por ser de baño de repostería, es loable, una de las mejores del mercado. Bien amarga, sabrosa, se impone desde un primer momento y abraza a los demás componentes con la solvencia propia de un alfajor acabadísimo. Y luego, su sabor perdura satisfactoriamente en la boca.

Foto: unalfajorpordía (Instagram)

Pero lo que destaca al Suchard, para bien o para mal, es su galletita. Los cuarentones que durante su infancia tuvieron la fortuna de saborear una y otra vez este alfajor recuerdan ante todo la dureza y la presencia de sus tapas. En efecto, tienen más protagonismo que en ningún otro alfajor, y me atrevo a decir que gozan de tanta o más atención que el relleno. Es parte de la esencia del Suchard, parte de su identidad. Que guste o no ya es otro asunto.

Foto: unalfajorpordía (Instagram)

Observen su grosor: prácticamente doblan a la cantidad de relleno, que ya de por sí era muy generosa.

El mousse es más dulzón que amargo, a pesar de que algo de amargor puede percibirse. No está mal, pero le falta profundidad. Demasiado básico y poco elaborado, con un lejano sabor a chocolate. Es duro, o semi-duro, pero cede una vez que la saliva lo envuelve, y pronto se mezcla con las galletitas, dando lugar a una mezcla confusa pero muy aceptable.

Enfrente, sin embargo, está el Cachafaz, y así es muy difícil…

Esta vez me voy a ahorrar todos los elogios que ya le dispensé en otra reseña, pero valen lo mismo. Cachafaz lo hizo de nuevo. Reinventó al alfajor, creó algo inimaginable. La distancia que le saca al Havanna en alfajores de dulce de leche se la saca al Suchard en alfajores de mousse. Hablan otro idioma, pertenecen a mundos distintos.

Foto: unalfajorpordía (Instagram)

Daría la sensación de que el Cachafaz está de vuelta, como se suele decir. Lo vio todo y ahora se dedica a revolucionar el género. Es vanguardista, y como tal seguramente lo tildarán de farsante; dirán que no hace tango, que no es un alfajor. Pero cualquier amante sincero de la mejor golosina del mundo debe reconocer, por lo menos, su originalidad.

Esta vez la magia está en su mousse. Nunca imaginé que pudiera haber algo así. Porque no sólo su sabor está en otro plano; su consistencia te vuela la cabeza. Es más amargo, profundo y sabroso que cualquier otro, y al contacto con la lengua, y sobre todo con las muelas, irradia belleza y genera placer. Una textura como de manteca que se ubica en el centro de la escena, y un gusto tan poderoso que hace las veces de relleno y de cobertura, que lidera la experiencia y se instala en nuestro paladar con la mayor de las glorias. También tiene un dejo a limón bastante extraño que en un primer momento condené, pero días después me comí otro y esta vez lo recibí alegremente. Es lo que completa su identidad.La cobertura es apenas amarga, a diferencia de la del Cachafaz clásico. De hecho, es de chocolate con leche. Su calidad es muy buena, por supuesto, pero la importancia es menor. Su función es de soporte; acompaña al mousse, que es la estrella principal. Y a mí no me extraña. Todo está calculado. Es la cuota de mayor dulzura.

Si en el Suchard la galletita era más protagonista que ninguna otra, en su competidor las cosas son muy distintas. Es como si el Cachafaz hubiera previsto la evolución de los componentes en la boca: la galletita, que a la primera mordida resulta dura, típica de un alfajor de mousse, en la boca se deshace sin mayor escándalo. Cierto es que su sabor es menos llamativo y su grosor es menor, lo que ayuda bastante a que pase más o menos desapercibida —lo justo y necesario, diría, porque conserva la crocancia propia del género—. Y el mousse, que a priori resulta semi-duro, en una segunda o tercera mordida impresiona por su consistencia y su amargor, y se eleva prodigiosamente.

Foto: unalfajorpordía (Instagram)

Morder un Suchard es radicalmente distinto, aunque en la primera impresión no se advierta: con la segunda mordida (aquí esta la diferencia) atravesamos fácilmente el mousse y nos topamos con la otra galletita, que se quiebra estruendosamente y se mezcla después con todo lo demás. La experiencia del Suchard se asemeja bastante a la de una galletita de paquete: es fácil imaginárselo como una Oreo o una Melba, en el sentido de que la consistencia es muy similar.

Resumiendo: son dos alfajores muy distintos y muy auténticos. Lo del Cachafaz es algo asombroso y no puede compararse con ningún otro alfajor que yo haya probado hasta el momento; lo del Suchard es más mundano, pero así y todo interesante y digno.

Por último, quisiera sacarle los signos de pregunta a mi post anteriorlos de mousse son alfajores. Señores alfajores.

Salir de la versión móvil