Si hay una marca que de delicada no tiene nada, ésa es Vauquita. Lo pudimos comprobar con el alfajor negro y con el glaseado, ambos reseñados ya en este blog. Por eso nos sorprendió descubrir que también había una versión con sabor a capuccino. Sonaba a una pretensión demasiado ambiciosa. Por lo que sabemos, sólo Havanna se ha atrevido a tanto, con su alfajor de café.
Es decir que, aun cuando no abrigábamos muchas esperanzas, estábamos intrigados. Pero a veces la vida es demasiado previsible y la tensión inicial se resolvió como imaginábamos. El Vauquita de “capuccino” es un alfajor mediocre, que de capuccino tiene poco y de buena calidad, casi nada.
Por empezar digamos que es uno de esos alfajores que, como el Fantoche glaseado, se desarman ante el menor soplo de viento. Pocas cosas tan molestas. Su cobertura es un desastre, una falta de respeto: consiste en un baño de repostería grasoso, insípido y que se acumula en las muelas. Está manchado de puntitos negros alusivos al capuccino, supongo yo. Y hay que decir, de todas maneras, que sí sabe a café, aunque en definitiva no aporte gran cosa.
La galletita es dulzona y desagradable, pero al mismo tiempo resulta lo bastante húmeda como para acompañar al dulce de leche, que a todas luces es el único elemento en el que los fabricantes pusieron un poco de empeño. Uno puede ser muy cocorito, pero si al morder un alfajor se encuentra con una capa de dulce de leche como ésta, va a experimentar placer, por mucho que se ofenda su espíritu refinado. Y no es que además el dulce sobresalga por su gusto: sencillamente es cremoso, aceptable, y sobre todo abundante.
De modo que la ecuación es sencilla: dos componentes hechos a la pasada, con desdén e ignorancia, y una cantidad de dulce de leche mayor a la de cualquier otro alfajor que haya probado hasta ahora. Éste es un mérito que hay que reconocer, y es probablemente el único al que aspira el Vauquita.