Voy empezar quejándome: me fastidia el envoltorio palermitano del alfajor Guolis. Sobre todo por esos calificativos: “suave”, “intenso”, “extra-blend”. Tengan por seguro, queridos lectores, que jamás voy a tildar a un alfajor de “extra-blend”. Ni siquiera sé lo que significa, pero, en palabras del Choncho Lazaroff, ¡canten en español, colonizados, influenciados!
En fin. Guolis es una marca que dentro de la comunidad alfajorera goza de un prestigio inmenso. Son oriundos de Balcarce pero también se venden en Mar del Plata, de manera oficial, y de modo extra-oficial, como en una especie de reventa, en Buenos Aires. Los venía persiguiendo desde hace tiempo y finalmente los encontré en un local muy pipí cucú de Palermo (Gorriti y Darwin), gracias a las indicaciones de una compañera de Facebook.
Son por lo menos dos los aportes significativos del alfajor Guolis al vasto mundo de los alfajores. El primero es que fusiona fruta y dulce de leche. El segundo es la noción de alfajor bombón, es decir, la de un alfajor que condensa en un espacio reducido, menor al de los alfajores convencionales, una importante cantidad de sabores y de sensaciones (de hecho, el Guolis pesa 60 gramos; lo mismo que un Cachafaz, por ejemplo).
Sus rellenos son, asimismo, bastante curiosos: yo conseguí de dulce de leche con frambuesa, dulce de leche con frutilla, dulce de leche “suave” y dulce de leche “intenso” (en fin…), pero hay también de coco y no sé si alguno más. El primero que probé fue el de frambuesa.
Ese lema marketinero con el que machacan en redes sociales, “el único alfajor con corazón” (metáfora, por cierto, que viene del Yimmy, como bien advirtió Laura Wittner), me había inducido a creer que el alfajor de frambuesa directamente contaba con una frambuesa real, concreta, en su núcleo; una frambuesa medular que me esperaba como Ariadna en el centro de la circunferencia. Todo en el alfajor, de hecho, parecía anunciarla desde un inicio: el aroma primero y más tarde el dulce de leche y la masa. La masa, porque había sido humedecida con una esencia frutal, y el dulce de leche porque, de un modo semejante, reflejaba en su espesor reminiscencias del fruto morado. Era la frambuesa-dios, la frambuesa ubicua, una y todo a la vez.
Fue por ese motivo que modifiqué mi rutina fotográfica y, en vez de partirlo a la mitad de antemano, renunciando así al impacto, opté por comerme el alfajor tal como lo hacen las personas comunes, por no decir vulgares y desdeñables, es decir, de afuera hacia adentro. Cerré los ojos y clavé los dientes en donde suponía se encontraba La Frambuesa… pero hete aquí que todo lo que hallé fue un triste hilo de mermelada.
Repuesto ya de la decepción entendí que de todos modos el Guolis era un gran alfajor, más que nada por su grandísimo juego de texturas. A la ventaja que de por sí supone concentrar sesenta gramos en un espacio reducido, se suma una cobertura crocante, una galleta húmeda y apelmazada como jamás he visto y un dulce de leche especialmente cremoso, mucho más líquido que los habituales dulces reposteros. Y cabe mencionar que la mermelada de frambuesa, si bien como tal resulta insignificante para la textura general del alfajor, viene con semillitas. En definitiva, la consistencia del Guolis es delicada como pocas y constituye, por encima de la innovación del dulce de frambuesa, su gran virtud.
En cuanto al alfajor «suave» y al «intenso», son realmente alfajores singulares en su clase, y definitivamente se diferencian mucho entre sí, pero no por eso se destacan particularmente; antes bien muestran algunos defectos muy claros.
El que dice llamarse intenso es, efectivamente, intenso: el dulzor y la miel llevados a su extremo; se clavan en lo profundo del paladar. Calculo que debe contar con cantidades de azúcar preocupantes.
Por supuesto que empalaga, sobre todo porque la cobertura, que si bien de textura está, otra vez, bien, de gusto no es más que azúcar. Dónde está el chocolate, no lo sé. Muy mal. El dulce de leche, también exageradamente azucarado (aunque esto no es criticable; por algo se llama «intenso») tiene en este caso una consistencia más de repostería, a diferencia del alfajor anterior.
El alfajor «suave» también es, a su manera, suave. Aunque la cobertura es prácticamente tan mala como el primero, sólo que suplanta el gusto a azúcar por gusto a… nada. Nada. También su dulce de leche es repostero, un poco más suave que el anterior y otra vez con algún extracto frutal. Pero hay que decir que en todos los casos la cantidad de dulce de leche es enorme y su sabor, más o menos dulce, con una u otra esencia, etc., sigue siendo brillante. No hay dudas de que Guolis emplea uno de los mejores dulces de leche del mercado, y que, además, varía en función de los demás ingredientes.
Pero lo que más ostensiblemente separa al alfajor “intenso” del “suave” es la galleta, que en el primer caso era semejante a la del alfajor de frambuesa (también estaba humedecida), y en el “suave” es dura, casi como la de un alfajor de mousse, y de un color mucho más claro. Me hizo acordar al alfajor chileno, aunque sólo en este punto. La combinación queda bien y el alfajor está bueno.
Por fin llegué al alfajor de frutilla, albergando todavía la lejana esperanza de que esta vez sí una verdadera frutilla me aguardara en su interior. Adivinen qué: mer-me-la-da. Es cierto que al menos esta vez cubría a lo alto toda la capa de dulce de leche, más o menos como en esta foto bastante engañosa.
Es como el Guolis suave con el agregado de la mermelada; galletita dura, con menos miel, dulce de leche respostero y cobertura mala. La mermelada de frutilla es, al mismo tiempo, mucho menos intensa que la de frambuesa, y mucho menos ubicua.
¿Qué dicen? ¿Que quieren saber mi opinión? Pues no me convence: la dureza de la masa opaca al dulce de leche y todavía más a la mermelada de frutilla; prefería la consistencia del alfajor de frambuesa, su masa y su dulce de leche. Con todo, al igual que las otras tres variedades de Guolis, merece la pena.