“No creía que Dios existiese hasta que conocí el Cielo”, “Mi vida se venía a pique cuando probé este alfajor”, “Este alfajor salvó mi matrimonio”. Éstas y otras frases del mismo tenor han proferido aquéllos que probaron el alfajor Cachafaz.
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Efectivamente: el Cachafaz ofrece una experiencia celestial desde todo punto de vista. Lo supe desde el primer momento, desde que su cobertura me guiñó el ojo y me incitó a recorrer, con los dedos, su relieve; desde que lo tomé entre las manos y percibí su peso divino, desde que lo olí (su olor, Dios mío, es una maravilla).
No exagero ni un poco. Bueno, tal vez un poquito. Pero es verdad que el Cachafaz es un objeto precioso y sensual. Una oda al alfajor, un canto a las infinitas posibilidades del género, la sublimación de la golosina y de la belleza. Es más: se parece al arte.
Pero no quiero perderme en divagues pseudo-literarios, aunque tengo muchos más adjetivos para vomitar. Perdónenme.
Su aroma me recordó a cierto chocolate que mi padre o algún viajero familiar solía traerme del free shop, esos shoppingcitos sin impuestos que hay en aeropuertos y buquebuses. Se trata de un chocolate amargo, con un levísimo dejo a limón, pero no puedo recordar exactamente de cuál. Es una pena. Como sea: la cobertura me recordó a un chocolate, y encima amargo, lo cual indica su excelente calidad. Comprobé al darle la primera mordida que no sólo en su aroma se asemejaba al misterioso chocolate del free shop, sino también en su sabor. Chocolate puro, amargo y bueno. Por supuesto que aquí está la clave del alfajor. Cuando uno muerde un Cachafaz, su cobertura se quiebra de una manera tan maravillosa que no valdría la pena describirla. Y por supuesto, luego este gran chocolate amargo se queda repercutiendo en las muelas y el paladar hasta deshacerse y permanecer sólo en forma de recuerdo feliz.
Pero el alfajor-Dios Cachafaz no es sólo una impresionante capa de chocolate, sino que, por si fuera poco, y para patentar su halo divino, posee una cantidad enorme de dulce de leche. Pueden comprobarlo en las fotos. Básicamente, entrarle a un Cachafaz es entrarle a una combinación –diría– inmejorable de dulce de leche y chocolate. Porque a pesar de su generosidad, comparable a la del alfajor Vauquita, no es, como éste, voluptuoso. El dulce de leche del Cachafaz es extremadamente cremoso y menos dulzón, menos excéntrico y menos empalagoso que la mayoría; es muy parecido al dulce de leche artesanal. En resumen: todo se halla en adorable armonía.
Y luego queda por caracterizar la masa, que también tiene sus particularidades, empezando por que ocupa una ínfima porción en al alfajor completo. No terminé de decidir si son favorables o no (aunque me inclinaría a pensar que sí), pero en todo caso son particularidades. Es una masa muy distinta a todas las otras, por cuanto sus partículas parecen ser mucho más pequeñas y ligeras. Su color es raro, si se fijan bien; es más grisáceo. En la boca, la galletita (aunque lejos está de ser “galletita”) se convierte en una especie de polvo húmedo, o de papilla; en otros casos podría haber sido un error, pero aquí, créanme, es otro acierto.
No sé qué más decir. Dejé mis credenciales de crítico en esta alabanza incesante. Pero es sincera. Ahora bien: pobre del Havanna. Después de estos párrafos, después de probar el Cachafaz, al Havanna sólo puede dársele una palmadita de consolación: “al menos lo intentaste, pibe”. Es injusto, porque el Havanna es definitivamente un buen alfajor. Pero no se compara. No hay nada que hacer.
Agreguemos, antes de olvidarnos, información formal: el Cachafaz pesa 60 gramos y el Havanna 55. El primero aporta 244 calorías; el Havanna, 208 calorías.
El Havanna también tiene algo del limón, pero de una manera distinta al Cachafaz. Discúlpenme la expresión, pero voy a decir grotesca: de una manera mucho más grotesca.El olor de este alfajor es algo muy especial, un olor tan propio como el del Jorgito, aunque, por supuesto, más atractivo. Es el mismo aroma que uno percibe al entrar en uno de los bares Havanna. Por lo demás, el chocolate hace un esfuerzo por ser amargo (no: es amargo y rico, pero si lo tengo que comparar con el Cachafaz…), aunque de ningún modo es el protagonista del alfajor. Se quiebra de forma aceptable.
La impresión general que deja el Havanna, y es por ella que debe juzgarse un alfajor, es mucho más dulzona que la del Cachafaz. Hay una notable presencia de la masa, de algo un poco granulado; la mordida es más trabajosa, de alfajor terrenal. Y esto, sumado a un dulce de leche más sólido, de sabor profundo pero también más dulce, hace que el alfajor en sí resulte más empalagoso. No quiero soslayar el hecho de que es uno de los mejores del mercado: es equilibrado, tiene un buen chocolate (y genuino) amargo y un dulce de leche de interesantísimo sabor aunque, para mi gusto, consistencia demasiado rígida.
Y ya está, voy a terminar la reseña en este punto, porque toda la inspiración se me fue con el Cachafaz y ya se está volviendo pesada y aburrida. Además, ya dije todo lo que tenía que decir.