Hace ya medio año, Diego Bittar hizo el primer intento de enviarme sus alfajores de Paraguay. Fracasó. Acá la aduana es muy recelosa, y quedaron varados. De esa encomienda que constaba de una docena de alfajores yo recibí, apenas, una notificación por carta. La docena volvió, un mes más tarde, a Paraguay, tal vez ya vencida.
Tiempo después, por medio de una amiga que viajó a Buenos Aires, logró sortear las barreras de la burocracia estatal y finalmente llegaron a mis manos los famosos alfajores paraguayos. Me llamaba la atención tanta insistencia, pero comprendí todo cuando los probé. La Marsellesa está a la altura de cualquiera de las grandes marcas de alfajores de la Argentina. Eso era probablemente lo que le interesaba corroborar.
Algo tal vez de soberbia, y la creencia de que no hay alfajores como los nuestros en el resto del mundo, a no ser que sean los nuestros, pero vendidos fuera del país, me hizo creer que Diego Bittar era argentino radicado en Paraguay. Nada que ver. Es paraguayo, descendiente de sirios y libaneses. Empezó a fabricar alfajores en 2010 pero recién el año pasado decidió comercializarlos.
—¿Por qué alfajores?
—Siempre me intereso el arte culinario, mi mamá era una gran cocinera. Durante mi infancia siempre tuvimos el recetario de Doña Petrona Carrizo en la cocina de mi casa y comíamos gourmet muchos años antes de que estuviera de moda.
Aunque no es una denominación que a mí me simpatice, puede decirse que La Marsellesa hace alfajores gourmet, o premium, o, en fin, de alta calidad. Pocas veces he probado un chocolate (sobre todo el negro) de tanta intensidad. Son alfajores que apuestan al shock, al impacto.
Diego no es argentino, ok. Pero sí hubo en su origen alfajores argentinos. Ya imaginarán cuáles. “Mis abuelos tenían un departamento en Callao y Arenales en Buenos Aires, estaba cerca de una tienda Havanna (antes de que existieran los Havanna Café) y mis padres compraban literalmente cajones de Havanna, para que duraran meses, pero en cuestión de días desaparecían”.
Lo curioso es que Havanna tiene plantas gigantes y empleados y toda la bola. La Marsellesa no, y sin embargo, a fuerza de proporciones mucho más generosas (cada alfajor pesa 70 gramos, quince más que los Havanna), una compleja ingeniería de esencias y una masa bien fresca, alcanza el nivel de esa potencia mundial.
—¿Cómo es el proceso de fabricación?
—Un pequeño equipo trabaja en mi casa. Yo preparo la masa en una amasadora industrial fuera del horario laboral. Durante la jornada trabajan dos personas en la elaboración de las galletitas, armado y baño de los alfajores. En otro momento nos dedicamos al empaquetado y distribución. La materia prima proviene de todos lados, por ejemplo los lácteos, harinas y esencias son nacionales; los chocolates y cacao son europeos.
Al igual que acá, en Paraguay existe un mercado para los alfajores industriales y otro aparte para los artesanales: “Los industriales son 90% argentinos y de todos los valores (Havanna, Jorgito, Milka, Bonobón, Georgalos, Bimbo, Aguila, Oreo, Terrabusi, Tatín, etc. y creo que durante un tiempo vinieron los Capitán Del Espacio), el 10% restante del mercado de industriales está ocupado por los uruguayos Portezuelo y Punta Ballena”. En cambio, “a los artesanales los encontrás en cualquier confitería de Asunción, cada confitería tiene un gusto particular y único”.
La Marsellesa se encuadra, por supuesto, dentro de este segundo grupo, y por lo tanto incrementar la producción, respetando la calidad, supone un desafío arduo. Sin embargo, la empresa está creciendo a un ritmo constante. Hace no mucho les hicieron una nota en La Nación de allá, luego otra en ABC, y desde entonces el sueño de la exportación parece más cercano.
—En junio firmamos con la empresa nacional Sabores de mi tierra S.A. y la producción aumentó de 6000 a 9600 alfajores al mes. Los vendemos en la capital, Asunción, y en un par de ciudades del interior del país. Pero me encantaría exportar La Marsellesa. De hecho, creo que si llegara al mercado argentino podría considerarse un éxito, ya que es el mercado que mejor conoce y aprecia los alfajores.
Yo los espero con los brazos abiertos.